Por Santiago Jaramillo Gil
Ese día ya no sabía qué hacer con el cadáver. Lo veía cada mañana tras levantarse, mal oliente
como siempre, con esa mirada perdida incapaz de reflejar sentimiento alguno. No le prestaba
mucha atención, se había acostumbrado a ver el cadáver así como se había acostumbrado a
muchas otras cosas en la vida. Desde años atrás ya no se sorprendía al ver caer gotas de agua
desde lejanas nubes, ni al sentir su corazón latir al son de una eterna música invisible, ni al oír
los pájaros en la mañana anunciando un nuevo giro de la Tierra; no le sorprendía el estruendo
de un trueno o el destello de un relámpago, ni el brillo de la luna o el centelleo de las estrellas,
mucho menos tendría por qué sorprenderle ver aquel cadáver cada día en las mañanas y cada
noche antes de acostarse. Él siempre estaba allí, y su presencia era su única compañía fiel desde
años atrás.
Pero ese día fue diferente, ese día tras asistir a la lúgubre ceremonia de entierro de su querido
tío volvió a su casa con el corazón afligido y su cabeza hecha un nudo de sentimientos
confundidos; no pudo evitar abstraer su mirada en los fríos ojos del cadáver. Esta vez su pálido
semblante lo hizo estremecer, se sintió tremendamente incómodo en su presencia, al verlo fue
consciente de su propia efímera existencia. De repente sintió que el tiempo se escurría
rápidamente por debajo de la puerta, vio las manecillas del reloj de pared correr
descontroladamente como si disputaran una carrera contra la luz, vio las hojas del calendario
caer por montones dejando su habitación como si un bosque otoñal hubiera pasado en un
instante por ella. Sintió que todos sus recuerdos se confundían en una nube difusa que se
escapaba por la ventana. Apartó entonces con desespero su mirada de la del cadáver y decidió
que no quería volver a ver aquel tétrico rostro, esa mirada vacía sin sueños ni ilusiones, ajena a
la realidad y a la fantasía; no quería volver a ver esa mirada tan ausente de vida, tan constante e
imperturbable, tan aburrida y predecible, tan estremecedora y angustiante.
Pero no sabía qué hacer con él, no podía simplemente deshacerse de aquel rostro que lo había
acompañado con estoicismo por tanto tiempo. Tal vez bastara con cambiarle el semblante,
pensó, pero ello significaría tener que volver a mirarlo cara a cara y enfrentar una vez más su
mirada tenaz, y ya no estaba dispuesto a eso. Decidió entonces simplemente ignorarlo, no
volver a cruzar jamás su mirada con la de él: decidió entonces no volver a mirarse jamás frente
a un espejo y prefirió seguir viviendo su vida muerto en vida, tal como lo venía haciendo desde
años atrás.
"La muerte está tan segura de ganar que nos da toda una vida de ventaja". Muy buen segundo párrafo.
ResponderEliminarMuy bueno, me hubiera gustado como ganador del primer lugar.
ResponderEliminarMuchas gracias :)
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